El aire de reforma que sopla desde Bruselas podría ser determinante para apuntalar la recuperación de la economía española y extenderla a aquellos que todavía no se han beneficiado de ella. El diagnóstico es compartido: la zona Euro sufre de un pecado original. Desde el inicio de la moneda única, los países que la componen se endeudan en una moneda que no controlan. Esto les hace vulnerables a un riesgo de impago, con graves consecuencias sobre el empleo y la cohesión social, como se evidenció en el 2011, cuando los mercados —con un retraso que cuestiona su eficiencia— se dieron cuenta de que los bonos públicos que atesoraban no estaban respaldados por ningún banco central. Entonces exigieron una elevada prima de riesgo, lo que dañó el balance de los bancos y provocó una crisis de financiación de la economía de España y de otros países más expuestos.
Esta situación limita la capacidad de reacción de los estados, que se ven obligados a adoptar medidas de austeridad en el peor momento, es decir, cuando la economía entra en recesión. Algo que no ocurriría si Europa dispusiese de un presupuesto para contrarrestar las reducidas posibilidades de cada país. Además, en su intento por salir de la crisis, cada gobierno se ha visto abocado a establecer reformas para ganar competitividad a expensas de los otros miembros del Euro. En muchos casos las reformas eran necesarias, pero el efecto ha sido indudablemente recesivo.
GRÁFICO | La política fiscal europea actúa a destiempo: es restrictiva durante la crisis y apoya la economía cuando ya se recupera
Los datos para 2017 corresponden a la previsión de Otoño de la Comisión Europea
Fuente: Comisión Europea y Funcas
A partir del 2012 y o gracias a la acción contundente del Banco Central Europeo, el espectro del impago se ha alejado y la economía europea se recupera. Se prevé que este año lo haga a un ritmo cercano al 2,3%, el más elevado del último lustro.
Pero la inyección de liquidez no resuelve el defecto de construcción del Euro. Consciente de ello, la Comisión propone varias medidas. La más llamativa es la creación de un Fondo Monetario Europeo y de un Ministro de Economía que gestione un presupuesto para hacer frente a futuros choques.
«No conviene demorar las iniciativas de carácter estructural, aquellas que no requieren de un presupuesto europeo. La clave está en que el BCE pueda, en todo momento, evitar las crisis de impago para Estados que son solventes o que han adoptado medidas para corregir sus desequilibrios».
Estas propuestas ya se han enfrentado a reacciones adversas de los países del núcleo central, reacios a cualquier sistema de transferencias monetarias a países que no han conseguido mejorar sus economías o poner orden en su hacienda pública. Por tanto, todo invita al escepticismo.
Sin embargo, no conviene demorar las iniciativas de carácter estructural, aquellas que no requieren de un presupuesto europeo. La clave está en que el BCE pueda, en todo momento, evitar las crisis de impago para Estados que son solventes o que han adoptado medidas para corregir sus desequilibrios. Cualquier país solvente debería tener acceso al apoyo ilimitado del BCE. Una buena parte del aumento del desempleo experimentado durante la crisis en España, posiblemente más de la mitad, se debe a que este mecanismo no existía.
Por su parte, la solvencia se determinaría en otra instancia. Poco importa que esta sea el actual Mede (pero aligerando la regla de unanimidad) o de un órgano nuevo como el Fondo Monetario Europeo. Lo esencial es que un organismo independiente del BCE tenga la capacidad y la legitimidad para garantizar la solvencia.
La creación de un presupuesto de respuesta a los ciclos también ayudaría. Pero se prevé un largo periodo de debate y fuertes discrepancias. Además, las cifras que se manejan – un 1% del PIB europeo para un sistema de seguro europeo de desempleo –no están a la altura de una política de estabilización.
Entre tanto, parece acertado el giro operado por la Comisión a favor de exigir una mayor simetría en los ajustes de forma que, los países con superávit apoyen la recuperación cuando los otros socios carecen de esa posibilidad. La búsqueda de un mejor equilibrio de las reformas, que corrijan las desigualdades, es también un paso en la buena dirección desde el punto de vista de la gestión macroeconómica, tanto en España como en el resto de Europa.
La crisis, el Brexit y los populismos confluyen en la necesidad de reformar Europa. Conviene avanzar en materias prioritarias y abrir debates en otras para que lo perfecto no sea el enemigo de lo bueno.