El rápido aumento de las exportaciones españolas durante los años de crisis, con tasas ligeramente superiores a las de Alemania, no podía sino causar una sorpresa general, sobre todo habida cuenta de lo extendida que se encuentra entre la población y los analistas la idea de que nuestra economía, y nuestra industria en particular, son débiles y poco competitivas. Algunos economistas han buscado la principal explicación del hecho comentado en la profunda debilidad de la demanda interna, que habría empujado a las empresas españolas hacia los mercados exteriores. Esta explicación tiene relación con otra idea también con cierto arraigo, que las empresas españolas sólo se han dirigido a los mercados exteriores en los momentos de crisis, obligadas por la mala situación del mercado interior.
Sin embargo, la realidad es bien diferente. Las empresas españolas, lideradas por las de mayor dimensión, pusieron en marcha una estrategia firme y decidida de orientación hacia los mercados internacionales ya hace muchos años, y en especial, desde la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea en 1986. Fue sin duda una estrategia forzada por la apertura del mercado español a la competencia exterior, que obligó a la búsqueda de nuevos mercados en los que establecerse de forma permanente. Es la respuesta habitual a la integración económica, que socava las bases de apoyo que las empresas poseen en el mercado nacional.
Tal estrategia cubrió una primera etapa en los años ochenta, con la radical reorientación de las exportaciones españolas hacia los países comunitarios, protagonizada por las grandes empresas, más capaces de afrontar los costes fijos y variables que la exportación conlleva. La segunda etapa se desarrolló en la década de 1990, con un aumento vertiginoso de las ventas exteriores, a una tasa anual del 10% (en los bienes, 11%), que destacó a España entre todos los países comunitarios, y se basó en la ampliación del número de empresas exportadoras y en el aumento de la proporción exportada por cada una.
Una tercera etapa se inició con el cambio de siglo, y hasta el comienzo de la crisis. Las empresas buscaron entonces diversificar sus mercados, reduciendo la concentración que tenían en los comunitarios desde 1990 (absorbían el 70% del comercio de bienes). Esta nueva etapa recibió un impulso de la expansión de las importaciones de los países emergentes, guiada por China. La reducida presencia de España en estos mercados nuevos ralentizó la expansión de sus ventas exteriores, que aun así crecieron más que las de Italia o Francia, aunque sin alcanzar a las de Alemania, un país bien posicionado en ellos y con un moderado avance de los costes laborales en la industrial, al contrario que España.
«La última etapa es el ascenso de las exportaciones en los años de crisis, orientado sobre todo a los mercados emergentes, los de mayor crecimiento hasta 2013. Esta respuesta a la crisis no habría sido posible sin la trayectoria anterior. Como a lo largo de toda ella, las exportaciones no sólo se basaron en la expansión del margen intensivo, sino también del extensivo»
Esta década fue también testigo del espectacular despliegue por las empresas de mayor dimensión, con protagonismo de las encuadradas en el sector servicios, de una nueva estrategia de internacionalización: la inversión productiva en el exterior, a través de la creación de filiales en otros países. El stock de inversiones acumuladas en el exterior se dobló entre el año 2000 y el 2007 en relación al PIB, pasando del 22,3% al 40,3%. Si exportación e inversión exterior son partes de un mismo objetivo, penetrar en nuevos mercados, esta sería una cuarta etapa.
La última etapa es el ascenso de las exportaciones en los años de crisis, orientado sobre todo a los mercados emergentes, los de mayor crecimiento hasta 2013. Esta respuesta a la crisis no habría sido posible sin la trayectoria anterior. Como a lo largo de toda ella, las exportaciones no sólo se basaron en la expansión del margen intensivo (las mismas empresas, productos y mercados), sino también del extensivo (nuevas empresas productos y mercados).
Detrás de esta impresionante evolución, indicativa de una fortaleza competitiva indudable de la industria española, a la que se añade la no menor de los servicios turísticos y no turísticos, se encuentran los siguientes factores:
- Una composición de la oferta de productos adaptada a la estructura de la demanda mundial, con especialización en un mix de tecnologías alta, media y baja. En alta, los medicamentos, en media, los automóviles, la química y la maquinaria mecánica, y en baja, las metálicas básicas, y sobre todo, el sector agroalimentario.
- Una calidad apreciable de los bienes ofrecidos, sobre todo medida con relación al precio, y un buen número de productos diferenciados de los competidores.
- Una buena combinación de viejos y nuevos mercados, maduros y emergentes, que tiende a hacerse aún más equilibrada.
- Un nutrido grupo de empresas exportadoras grandes y medianas con elevada eficiencia comparada.
- La creciente habilidad y capacidad de las empresas españolas para incorporarse a cadenas globales de valor, que favorecido una estabilidad mayor a sus ventas exteriores.
Sobre esta base, puede apostarse por un elevado crecimiento sostenido de la economía española en los próximos años, cercano al 3%, siempre que el marco internacional o el político no lo dificulten y se actúe para armar a las empresas con más capital humano e innovación.
Esta entrada es una adaptación del artículo «Algunas claves del éxito de las exportaciones españolas», publicado en el número 252 de Cuadernos de Información Económica. Puede descargar la publicación completa aquí.