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Subirse a la ola

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España es una economía abierta. Por obvio que resulte, son tiempos en los que merece la pena recordarlo. Al margen de los furibundos debates internos, ahí fuera están pasando cosas que tendrán un impacto importante en el crecimiento económico español. Son olas muy grandes pero hay que surfearlas, en lugar de quedarse en la orilla y esperar que batan sobre ti. La conciencia y la acción crítica con muchos aspectos de la realidad social son compatibles con el hecho de que la situación de la economía española ha mejorado notablemente en los dos últimos años, a pesar de que el nivel desempleo causa aún rubor e impone seriedad y respeto.

Muchas de las cuestiones que nos parecen lejanas o ajenas son, sin embargo, las que acaban condicionando gran parte de nuestra realidad. Los precios del petróleo son un primer frente. Además de la comprensible indignación por la falta de traslación de la caída del precio al coste de los carburantes para los consumidores —algo que merece un análisis propio—, sí que es esperable que la factura energética de España se reduzca de forma importante en los próximos meses. La guerra abierta en torno al petróleo parecería algo ajena en la medida en que no pintamos mucho en esa disputa entre fuentes de generación de crudo y precios de equilibrio que puede cambiar, incluso, parte del orden geopolítico. Sin embargo, es un enfrentamiento del que España puede beneficiarse mientras dure, algo que a todas luces parece que sucederá. Y, al mismo tiempo, impone deberes de largo plazo, como aviso para surfistas de que elegir una política energética firme y razonable es esencial para un país moderno.

Otro frente importante son los movimientos en los mercados de divisas. Existen diferentes presiones que pueden conducir a una guerra en los mismos. Las más evidentes afectan a China. Los últimos movimientos monetarios —con protagonismo creciente de Japón y la Eurozona— han propiciado una apreciación considerable del renminbi frente al euro y el yen, además del dólar. Lo que viene en los próximos meses es una expansión cuantitativa aún más significativa del BCE. El euro cederá terreno frente al dólar. Tanto más rápido cuanto más se acerque la inevitable subida de tipos de interés en EE UU. Nos dirigimos, poco a poco pero con una tendencia marcada, hacia un euro más débil, lo cual también puede reforzar los esfuerzos de competitividad de la economía española. Siempre que lo que se quiera es subir a esa ola manteniendo las reformas e impulsando otras nuevas y el crecimiento.

En todo caso, tal vez se esté esperando demasiado del protagonismo del BCE pero no cabe duda que sigue siendo la gran referencia. Es en ese contexto de apoyo decidido desde Fráncfort donde se ha gestado una reducción sustancial de la prima de riesgo española y la buena gestión del Tesoro ha permitido aprovechar bien en términos de reducción de costes de la deuda. En todo caso, ahí está la persistente desinflación para recordar que esos algo más de cien puntos básicos nominales de prima de riesgo son otros cuarenta más en términos reales.

Lo que viene ahora para el BCE es algo más que el reto de despejar el riesgo de deflación. Es liderar el crecimiento con un QE ya bastante descontado (incluso en lo que se refiere a las aparentemente debilitadas compras de deuda soberana). Porque, además, a pesar de los anuncios realizados en octubre, ya se apunta a que esos pasos se darán sin consenso. O sea, marejada.

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