En 2020 España registró el menor número de matrimonios de diferente sexo desde 1975: 87.481. El descenso respecto al año anterior (-46%) fue mayor que el registrado en Alemania (-10%), Países Bajos (-21%), Suecia (-22%) o Francia (-34%), pero no muy diferente del que se verificó en otros países del sur de Europa (Italia: -47%; Portugal: 43%). Con todo, la caída más abrupta se observó en Irlanda (-53%).
Antes de 2020, el año en el que en España se registraron menos matrimonios fue el 2013, cuando, todavía inmerso en la crisis económica que siguió al estallido de la burbuja inmobiliaria, el país alcanzó el máximo histórico de personas desempleadas (más de 6 millones). Por el contrario, 1975 fue el año de toda la serie disponible en el que se contrajeron más matrimonios: 271.347. Por tanto, en 2020 se celebraron poco más de la mitad de matrimonios que en 2013, y menos de un tercio que en 1975. Ciertamente, los nuevos matrimonios presentan una evolución muy dependiente del ciclo económico, cayendo en periodos recesivos y aumentando en periodos expansivos, pero, por encima de estas oscilaciones, destaca la solidez de la tendencia decreciente (Gráfico 1).
Dejando al margen 2020, un año extraordinario por las restricciones que la pandemia provocó en la vida social, se observa que durante el quinquenio que transcurre entre el final de la crisis económico-financiera y el inicio de la pandemia (2015-2019), el número anual medio de matrimonios (166.000) se quedó muy por debajo de la media anual del quinquenio previo a la crisis (2003-2007): 208.000. Aun teniendo en cuenta que las cohortes de jóvenes en edades típicamente nupciales eran en 2003-2007 más voluminosas que en 2015-2020, cabría afirmar que la nupcialidad todavía no se había recuperado de la crisis económica cuando la pandemia le asestó otro duro golpe.
La caída de los matrimonios también se aprecia con toda claridad cuando se pone en relación con la población. La tasa bruta de nupcialidad (matrimonios por 1.000 habitantes) era en los años previos a la pandemia (3,5-3,7) aproximadamente la mitad de la registrada a mediados de los años setenta del siglo XX (7,2-7,3), cayendo en 2020 por debajo de 2 (1,91) (Gráfico 2).
Ese mismo indicador (tasa bruta de nupcialidad) permite observar el descenso generalizado de los matrimonios en Europa durante el último medio siglo (Gráfico 2), un descenso que ha sido menos intenso en Alemania, y más acusado, en Portugal, pero que se constata en todos los países. Desde principios de este siglo también ha descendido la proporción de primeros matrimonios (sobre el total de matrimonios contraídos). En España, por ejemplo, hasta el año 2000 los primeros matrimonios representaban entre el 95 y el 99% de todos los que se celebraban; a partir de entonces, el porcentaje fue reduciéndose hasta quedarse en el entorno del 80% en los últimos años. En otros países europeos con tradición católica, como Italia, Portugal e Irlanda, se observan descensos de similar intensidad en las primeras nupcias. En definitiva, en todos estos países, hoy día se casa mucha menos gente soltera, pero lo hace mucha más gente que ya estuvo casada.
La caída de la nupcialidad representa, por tanto, un fenómeno muy extendido en las sociedades occidentales que, en general, obedece a una reducción de los incentivos tanto institucionales como socioculturales al matrimonio. Por una parte, la condición de casado/a ya no es imprescindible para acceder a determinados servicios y prestaciones que tradicionalmente la requerían (como la pensión de viudedad, cuya importancia como recurso básico de supervivencia, además, ha disminuido en las sociedades con elevadas tasas de participación laboral de hombres y mujeres y en las que se ha impuesto el modelo de familia con dos perceptores de ingresos). El matrimonio tampoco es condición necesaria para asegurar a los hijos el ejercicio pleno de sus derechos (entre ellos, la pensión de orfandad). Por otra parte, las sociedades occidentales no estigmatizan (o lo hacen en mucha menor medida) a las personas (y, en particular, a las mujeres) que a lo largo de su vida tienen distintas parejas (incluso cuando comparten con ellas el hogar). Contar con diversas experiencias de pareja a lo largo de la propia biografía se percibe socialmente como una manifestación del ejercicio de la libertad individual y de la legítima búsqueda de la felicidad personal.
Así pues, la pérdida de importancia del matrimonio en la sociedad española es evidente. Ha dejado de entenderse como un rito de paso crucial para la emancipación de la familia de origen y la formación de una propia. No obstante, esta afirmación se circunscribe a las parejas heterosexuales, ya que entre personas del mismo sexo el matrimonio sigue una tendencia ascendente (más ostensible entre las mujeres, cuyo número de matrimonios supera desde 2018 al de los hombres) (Gráfico 3). También las bodas entre personas del mismo sexo cayeron en 2020 (36% en el caso de las mujeres y 40% en el caso de los hombres), pero menos que las celebradas entre personas de diferente sexo (46%). No hay que olvidar, sin embargo, que los matrimonios homosexuales (de ambos sexos) representaron en 2020 algo menos del 4% de todos los que se registraron ese año.
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