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La economía española y la guerra

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El conflicto que se ha desatado en el este de Europa intensifica las tensiones en el mercado de la energía, que ya se presentaba como el principal escollo en el camino de la recuperación de la economía española, y complica la hoja de ruta de la política económica. Los vínculos directos con las economías implicadas en la contienda son reducidos. Los intercambios con Rusia y Ucrania totalizan menos del 1% del total, cinco veces menos que la media de la UE. El principal producto de importación es el gas ruso, pero este representa menos del 10% del total de gas importado, frente al 40% en el caso del conjunto de la UE. Sin embargo, la onda expansiva del seísmo bélico acabará por llegar, en una economía tan dependiente del exterior como la nuestra y todavía convaleciente tras el golpe de la pandemia. 

La sacudida ya se ha notado en la cotización del gas, con incrementos superiores al 30%, y en el precio petróleo, registrando avances de 3 dólares por barril de Brent en apenas dos días. Estos son mercados muy volátiles, sujetos a sobrerreacciones, y por tanto una corrección es posible. Sin embargo, la tendencia alcista es inevitable, por el enorme peso de Rusia en el abastecimiento mundial y la previsible disrupción en sus exportaciones. Además, ningún otro país dispone por sí solo de capacidad para sustituir en un plazo breve cualquier posible reducción de la oferta rusa. Este es especialmente el caso del gas, a su vez factor crucial del coste de la electricidad. 

Fuentes: Funcas (previsión), World Bank, Worldmeter, WorldAtlas.

La espiral de costes energéticos se trasladará al IPC. Antes del ataque ya se esperaba un incremento interanual cercano al 7% en febrero, antes de iniciar una desescalada, dejando el IPC en el 4,6% en términos medios para el conjunto del año. Ahora esta previsión se queda corta. Bajo el supuesto conservador de una fuerte corrección en los mercados energéticos, tras el pánico inicial (precio del gas de 100 euros, frente a los 110 de esta semana, y petróleo contenido en 100 dólares el barril), la inflación sería todavía del 5,6%, es decir un punto más elevada que en el escenario precontienda. Y no es difícil imaginar escenarios más negativos, sobre todo si la inflación de costes se extiende a otros mercados como el del paladio, donde Rusia es líder abosoluto, o el del aluminio, esencial para el sector de la construcción que ya arrastra cuellos de botella.  

Todo ello redundará en más incertidumbre y una pérdida de poder adquisitivo, frenando el rebote de la demanda interna. Las exportaciones también se resentirán del previsible enfriamiento en Alemania y en otras economías centro-europeas más expuestas que la nuestra al gigante del este. Por fortuna, las fuerzas subyacentes de la recuperación siguen vivas —mejora del entorno sanitario, liberación progresiva de la demanda embalsada en la pandemia, retorno del turismo, fondos europeos—, pero su impacto en la economía será menos vigoroso de lo anticipado. 

Ante la perspectiva de un repunte adicional de los precios y de un menor crecimiento, el papel del BCE será clave. En un entorno tan incierto todo aboga por una normalización más gradual de lo anunciado. Por otra parte, Frankfurt también tendrá que ajustar su estrategia de tipos de interés ante una inflación significativamente más persistente de lo previsto. Sin embargo, y esto es más importante para España, debería asegurar una mayor gradualidad en la reducción del programa de compra de bonos públicos, para así prevenir brotes de primas de riesgo. Los gobiernos, por su parte, han empezado a imponer sanciones a Rusia, y no sería sorprendente que tomaran medidas adicionales aún más contundentes, como la exclusión del sistema de pagos Swift. Además, una política económica centrada en los objetivos ya marcados de inversión, reformas consensuadas y descarbonización ayudaría a reducir un nivel de incertidumbre que, eso pensábamos, había tocado techo con la pandemia. Y que ahora se exacerba al compás de los tambores de guerra. 

COSTES INDUSTRIALES | Los costes industriales se encarecen a un ritmo inaudito desde las últimas décadas. El índice de precios industriales (IPRI) registró en enero un crecimiento interanual del 35,7%, por el tirón de los productos energéticos (91,4%), y en menor medida los no energéticos (12%, el récord desde 1984). Esta trayectoria fuertemente ascendente refleja sobre todo el encarecimiento de las materias primas, y de componentes cruciales para el aparato productivo como los semiconductores y los metales. De momento, el alza de costes solo ha trasladado parcialmente a los precios finales y al IPC. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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