Cuando las distracciones desaparecen, llega el encuentro con la realidad. En economía, corresponde a los Gobiernos y autoridades supervisoras anticipar esas situaciones para poder gestionarlas sin excesivos sobresaltos. En la actualidad, las tensiones comerciales, las disputas energéticas o el Brexit son problemas de primera magnitud y no está claro cuánto se prolongará la incertidumbre que llevan y, aún menos, sus consecuencias. No obstante, son situaciones de índole geopolítica, y será en ese ámbito en el que se resuelvan o empeoren.
Tras ese denso embrollo, aparece aquello de lo que la economía mundial adolece ya estructuralmente: dificultades importantes de sostenibilidad de la deuda. Es una cuestión que apareció recurrentemente en las reuniones del Fondo Monetario Internacional (FMI) celebradas la semana pasada. La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, ha señalado que una recesión global podría elevar el porcentaje de deuda mundial en riesgo de impago hasta el 40% del total (19 billones de dólares). Y el Informe sobre Estabilidad Financiera Global señala que la deuda calificada como de “grado especulativo” ya supera el 50% en China y en Estados Unidos.
Los bonos y otros instrumentos de renta fija son hoy epicentro de inestabilidad. Es una obligación importante, una misión prioritaria, evitar que se conviertan en la razón del próximo gran revolcón financiero. El problema ha estado en el remedio. Indudablemente, la política monetaria es la que ha sacado a muchas economías de la crisis pero ha dejado una abundancia de liquidez y unos tipos de interés tan bajos que la rentabilidad de la deuda pública y privada no está reflejando adecuadamente su riesgo. Muchas empresas en todo el mundo no podrían haber subsistido estos años en un entorno financiero normalizado.
«La sostenibilidad de la deuda comienza por las finanzas públicas. Con el inicio de esta semana, el Banco de España recordaba que la deuda sigue anclada en el 98% del PIB. Solo hay lugar para la eficiencia para poder dar impulso desde los Presupuestos Generales del Estado».
Santiago Carbó
En este ámbito corporativo, el mecanismo de ajuste habitual es que unas salen y otras entran pero muchas siguen operando como zombis, sostenidas por un halo de vida ajeno a su eficiencia y capacidad de generación de ingresos. Si los tipos de interés subieran, una señal de normalización, podría haber un cierta “apocalipsis zombi” y las autoridades lo saben. Eternizar esta situación no es solución alguna.
La sostenibilidad de la deuda comienza por las finanzas públicas. Este lunes, El País publicaba una entrevista al director del departamento europeo del FMI que señalaba que Europa se enfrentaba a un largo período de bajo crecimiento. Lo hace con muchas de sus economías con escasa capacidad de gasto público. España entre ellas. Con el inicio de esta semana, el Banco de España recordaba que la deuda sigue anclada en el 98% del PIB. Solo hay lugar para la eficiencia para poder dar impulso desde los Presupuestos Generales del Estado.
En el ámbito privado, cabe congratularse del esfuerzo realizado por hogares y empresas para reducir su endeudamiento desde casi el 190% del PIB durante la crisis hasta el 132% actual. Claro está, esto supone un coste de oportunidad en términos de inversión pero parece el único modo de ir saliendo de este embrollo. Que esa “desactivación controlada” sea posible en todas las economías está por ver. El crecimiento futuro está comprometido por la forma de crecer en el pasado.