El peor comienzo de año en las bolsas europeas desde la década de 1970, el desajuste chino y sus previsiblemente ominosas consecuencias, la debilidad de otras economías emergentes, la nueva caída del precio del crudo, las tensiones geopolíticas, ni rastro de la ansiada inflación en Estados Unidos y la Eurozona… Demasiados ingredientes negativos como para seguir pensando que 2016 va a ser un buen año para la economía global.
Si se cierra un poco el zoom, Europa no pinta bien tampoco. El avance de la economía continental es anémico y nada parece haber cambiado susceptiblemente en la manifiesta falta de voluntad para alcanzar compromisos comunes por el crecimiento. Se ha infravalorado el impacto —aunque fuera tan sólo amenazante— de un Brexit y la gobernanza europea no pasa por un momento de máxima cohesión para afrontarlo.
«En la escena internacional, preocupa y mucho que las reservas de divisas de China vayan cayendo como un reloj de arena que cuenta atrás hacia el colapso del gigante. Será difícil que cuando suceda se hable sólo de crisis “asiática” porque el impacto global será considerable y debemos prepararnos. En el mundo pasan cosas que pueden arrastrar a la economía española y la falta de cohesión interna puede propiciar que el desorden se extienda».
Entre tanto, en España, la inestabilidad política azuza esa sensación de que las sombras crecen y cada vez son menos los rayos de luz. La economía está mejorando pero hay un temor creciente a que todo pueda malograse. El poco serio desenlace de lo acontecido en Cataluña en las últimas semanas revela la escasa altura de miras. Que alguien le explique a nuestros vecinos europeos, a los inversores y cualquiera interesado en el devenir de nuestro país cómo se come eso de «sustituir una legalidad por otra» en Cataluña del modo que se está planteando.
Fuera de nuestro país (en buena medida también dentro) hay una expectativa de que la situación política irá a peor pero se espera la confirmación en forma de falta de acuerdos y fracasos repetidos para un equilibrio político. Probablemente hay más ética que otra cosa en el imperativo categórico kantiano de que quien cree en el bien común actuará en consecuencia en sus acciones personales. No está claro que ese sea el posible resultado de la negociación política en España. Cuando un juego se repite (elecciones, acuerdos parlamentarios) se pone en juego la credibilidad y debería aumentar la voluntad de cooperación. Esa racionalidad está en entredicho en España. La propia teoría de juegos muestra un conjunto amplio de situaciones en las que no se observa racionalidad en el comportamiento. La política española podría ser epítome de esta falta de coherencia y altura de miras. En las próximas semanas, los activos españoles pueden seguir perdiendo valor porque lo que se descuenta es un ambiente institucional deteriorado y una exposición a los riesgos exteriores —la de España a los emergentes no es despreciable— creciente.
Volviendo a la escena internacional, preocupa y mucho que las reservas de divisas de China vayan cayendo como un reloj de arena que cuenta atrás hacia el colapso del gigante. Será difícil que cuando suceda se hable sólo de crisis «asiática» porque el impacto global será considerable y debemos prepararnos. En el mundo pasan cosas que pueden arrastrar a la economía española y la falta de cohesión interna puede propiciar que el desorden se extienda. Y encima… muere David Bowie, una inspiración sobre cómo interpretar y ordenar ideas en tiempos caóticos. Descanse en paz.