Las previsiones económicas de la UE han dado continuidad a esa situación en la que el crecimiento económico europeo parece menguar pero España sigue creciendo por encima del promedio. Los riesgos a la baja, sin embargo, son considerables en el continente. Puede que no esté ayudando la distracción que genera el panorama cuasi circense de la gobernanza de Estados Unidos. Aún así, la solidez económica sigue siendo muy distinta a ambos lados del Atlántico. El enredo en la UE es considerable y lo que ocurre en Washington, aun siendo muy importante, no debe hacer olvidar los deberes propios.
El problema es recurrente. Cada vez que se revisa el estado de la UE y sus perspectivas económicas son como cuando se dejan unos auriculares en un cajón. Al volver a cogerlos uno no puede creer como es posible que se hayan enredado tanto. Repetitivo es que cada vez que Grecia debe acometer un vencimiento de su deuda, exija renegociar las condiciones del rescate bajo amenaza de dar un portazo al euro. La hostilidad hacia el proyecto europeo no solo se repite, sino que parece consolidarse también en otros países.
Por otro lado, la crisis bancaria no se ha cerrado porque algunos sectores europeos no llegaron a acometer o no completaron sus ejercicios de transparencia, casos de Italia o Portugal. También es cansino que los procesos electorales —a escala europea o doméstica— frenen cualquier atisbo de acuerdo o de progreso común en aspectos cruciales como la coordinación fiscal. Y este año nos enfrentamos a elecciones de gran trascendencia en Europa.
El error del corto plazo que lleva al horror del largo plazo. A Europa no le debe valer aquello de “tanto monta cortar como desatar”.
El europeo es un nudo gordiano que algunos quieren cortar al estilo de Alejandro Magno al conquistar Frigia, con un golpe de espada. Son los que atacan a las instituciones europeas, alaban la protección frente a la inmigración e, incluso, la salida del euro. Son los que ven en el Brexit o en las alternativas políticas extremas y antieuropeas una solución. El error del corto plazo que lleva al horror del largo plazo. A Europa no le debe valer aquello de “tanto monta cortar como desatar”. Algunos representantes del parlamento europeo dicen con probable razón que el proyecto de la UE es más fuerte de lo que pueda parecer pero está atrapado en una selva burocrática. Faltan líderes que puedan navegarla y comunicar y convencer sobre los beneficios de la coordinación. Los partidos que podrían emprender reformas en muchos estados miembros se mantienen agazapados y culpan a la crisis de su falta de popularidad. Falta arrojo y renovación.
Tal vez es también el momento de que España pueda lograr mayor representatividad en la gobernanza económica europea. Esto va a ser además, esencial, porque algunos de los desafíos mencionados deben contar con un posicionamiento claro desde nuestro país. En el Brexit, España se juega mucho, de los que más en la UE. Y en materia financiera y bancaria, no debe dejarse arrastrar por los vientos de la oscuridad y ahondar en la transparencia, proceso en el que el sector bancario va por delante pero sin margen para la complacencia.