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El BCE que viene

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El ruido en torno al relevo en la vicepresidencia del Banco Central Europeo va desapareciendo. Comienzan, no obstante, a lanzarse nuevas quinielas sobre futuras vacantes en el Comité Ejecutivo. Sobre todo —aunque no únicamente— en relación a quién sucederá a Mario Draghi como presidente cuando deje el cargo en octubre de 2019. En un momento en el que no se sabe muy bien si el viento de la inflación soplará fuerte, la apariencia es que, tanto en Europa como en Estados Unidos, el cielo de la política monetaria estará dominado por los halcones. A las palomas les tocaría volar bajo.

Sucede, sin embargo, que la experiencia histórica de la política monetaria muestra que el camino se hace andando y lo que hoy parece cetrería mañana puede ser colombofilia. A muchos economistas de referencia internacional que han ocupado puestos en órganos ejecutivos de instituciones monetarias —y conocidos por la ortodoxia y honda influencia de sus modelos— les ha tocado articular la heterodoxia para salvar situaciones de desequilibrio macroeconómico excepcionales. Así sucedió con Ben Bernanke y Janet Yellen en EE UU. En Europa, se habla ya del legado de Draghi cuando aún le queda año y medio en el cargo. Un tiempo que va a ser fundamental porque, a buen seguro, va a marcar el punto de inflexión hacia un endurecimiento relativo de las condiciones monetarias. Mayor profundidad en la retirada de estímulos y, posiblemente, el inicio o anuncio de subidas de tipos de interés. No será una papeleta fácil.

«El mandato exclusivo en Fráncfort es el control de una inflación que aún no está… aunque se la sigue esperando. Cuando llegue —y demuestre cierta continuidad en torno al 2%— se acabaron las excusas. Si el BCE es de perfil más duro, no hará falta ni darlas».

Leía el pasado fin de semana la distendida entrevista de The Financial Times a Jens Weidmann, el nunca oficialmente postulado pero por casi todos considerado firme candidato a suceder a Draghi. Weidmann no parece ser de los que se sale de su ortodoxia ni esconde su poca intención de cambiar. Y su única defensa de un eventual postulado para el cargo es que un alemán tiene tanto derecho como un maltés o un francés porque al BCE se va a defender los intereses de todo un área monetaria, y no de un país en particular. Esto es, o al menos debería, ser cierto, pero la trayectoria de fuerte crítica a la expansión cuantitativa queda. También dejarán puesto ejecutivo en el BCE el próximo año su economista jefe, Peter Praet y Benoît Coeuré, firmes defensores de las políticas expansivas de los últimos años. Es posible, aunque es pronto para determinarlo, que el BCE acabe adoptando un perfil más de rapaz.

Lo que se encontrará el nuevo Comité Ejecutivo es el reto de recobrar la normalidad monetaria tras años de cañonazos de liquidez. Añadirá dificultad el progresivo desacople de los tipos de interés con Estados Unidos y la apreciación del euro, que resta competitividad a las exportaciones europeas. Recordemos que el mandato exclusivo en Fráncfort es el control de una inflación que aún no está… aunque se la sigue esperando. Cuando llegue —y demuestre cierta continuidad en torno al 2%— se acabaron las excusas. Si el BCE es de perfil más duro, no hará falta ni darlas.

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