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Arranca Davos

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La reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos parece un imán social con un polo que causa atracción por las ideas y otro que emana desafección al boato. En este mundo de la velocidad que no invita a la adecuada reflexión, en Davos se va a insistir en varios conceptos de la partitura política internacional y que se resumen en el leitmotiv “capitalismo inclusivo”. Se trata de cómo hacer que el modelo económico imperante extienda sus beneficios a diferentes capas sociales y sea respetuoso con el medioambiente. En la ciudad suiza se tratan de explicar vías por las que la tecnología y una nueva gobernanza política y empresarial podrían lograrlo. Hay algunos como Boris Johnson que aseguran que discutir estos temas entre copas de champán no parece lo más adecuado.

Tal vez lo importante de la cita es que genera debate más allá de ella. Se extiende la cobertura de dos conceptos que no son nuevos pero que ahora se quieren convertir en la referencia intelectual. Uno es el de economía circular, que es aquella que resulta autosostenible, sin generar más deuda ni dañar el entorno. El otro es el de stakeholder capitalism, que podría traducirse como un capitalismo para todos (o al menos para más participantes), en lugar de uno exclusivo de los accionistas (shareholder capitalism). Que la mayor parte de los ciudadanos vea con buenos ojos estas transformaciones lleva a que muchas empresas quieran hacerlos suyos. Ya sea por imagen o porque se asume que no hay futuro sin esos cambios.

«Lo importante de la cita es que genera debate más allá de ella. Se extiende la cobertura de dos conceptos que no son nuevos pero que ahora se quieren convertir en la referencia intelectual. Uno es el de economía circular; el otro es el de stakeholder capitalism, que podría traducirse como un capitalismo para todos».

Santiago Carbó

Varios riesgos financieros pueden complicar los avances de esa economía inclusiva en 2020 y más allá. El primero es que gran parte de la financiación mundial se está canalizando por vías no bancarias, con menor control regulatorio y potencial desestabilizador. Asimismo, gran parte del supuesto aumento del valor bursátil se debe, por un lado, a la probablemente excesiva valoración del capital inmaterial de empresas tecnológicas. Y, también desde Estados Unidos, a los más de 5 billones de dólares de beneficios que las compañías han gastado en comprar sus propias acciones para elevar su valor de mercado en lugar de reinvertir o generar nuevos empleos.

Otro hecho que supone un desafío es la ausencia de estándares exigentes de protección del medio ambiente. En Davos, las grandes empresas de auditoría mundiales van a tratar de consensuar principios comunes para una “auditoría verde” de modo que se pueda identificar a las empresas que contribuyen al cambio y a las que no. Será difícil, en cualquier caso, que el cambio llegue si no viene de las propias empresas. Es necesario un activismo empresarial verde.

Finalmente, un tercer hecho que va contra las buenas intenciones es el estado de la revolución tecnológica. Su orientación para una mejora de las condiciones medioambientales y sociales (incluida la salud) es necesaria pero también está en cuestión cuando ni siquiera está clara cuál debe ser la fiscalidad de las grandes empresas como Google, Amazon o Facebook.

Resolver estas contradicciones es el gran reto. Davos puede arrojar luz o esconder la verdad entre las sombras.


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